Lo primero que es pertinente aclarar,
antes de entrar en materia, es que, como cristiano, me someto de buena gana a
las autoridades, sabiendo que por Dios han sido establecidas (Ro. 13:1-5) y
presento ante el trono de la gracia mis peticiones, rogativas y acciones de
gracias, deseando los mayores parabienes, para cada uno de los que están en
eminencia (1 Ti. 2:1-4).
Al mismo tiempo, reconozco, que hay que
denunciar el pecado, venga de donde venga, como hiciera Juan el Bautista,
aunque eso le costase perder la cabeza. Reconozco también que la sujeción a los
gobernantes tiene como límite irrenunciable la sujeción a Cristo y a Su
Palabra: un cristiano debe siempre y en todo caso obedecer a Dios antes que a
los hombres y no puede obedecer a los hombres en aquello que implique
desobedecer a Dios. Las leyes de los hombres no pueden anular las leyes de
Dios.
Encontramos ante nosotros que en España
está en plena actualidad la cuestión del aborto. Esto se debe a que hasta el
momento se consideraban "despenalizados" tres supuestos que permitían
que se infligiesen abortos impunemente. Al estar "despenalizados"
hemos de entender que nos encontramos ante hechos delictivos, crímenes que bajo
el amparo y la tolerancia de las autoridades dejarían de estar perseguidos.
Sin embargo, ahora se ha planteado una
revisión de la ley reguladora del infanticidio legal en España. Pero no se
trata de restringir el aborto, ni tan siquiera de comenzar a perseguir a los
que matan a los que aún no han visto la luz del día; muy al contrario, lo que
se propone va en la dirección de "garantizar el derecho al aborto" o,
a lo que llaman, "interrupción voluntaria del embarazo".
A continuación analizaremos, de forma
breve, esta cuestión.
1. El aborto
1.1. Descripción
Acabamos de señalar que aquellos que se
muestran favorables a la práctica del aborto inducido lo llaman
"interrupción voluntaria del embarazo". Con palabras tan ambiguas
parece que se pretende ocultar que detrás de esa llamada
"interrupción" hay una defunción, hay un fallecimiento, hay una
muerte, una vida que se corta sin una pizca de humanidad. No pensemos que se
trata de la "interrupción" del fluido eléctrico, que impida ver la
televisión, navegar por Internet o simplemente encender una bombilla; no es la
interrupción de un paseo, al ser encontrados por algún conocido que manifiesta
harto interés en hacernos saber algo, aun cuando no tengamos mucho entusiasmo
en escucharle; no es la interrupción de unas plácidas vacaciones por algún
imprevisto familiar o una urgente reincorporación al puesto de trabajo. Las
vacaciones y el paseo se pueden retomar y el fluido eléctrico se restablece y
nuestra vida continúa con normalidad. No se puede decir lo mismo del niño, de
la vida de la persona, del ser humano que sufre un aborto, que es abortado. No.
No es una simple "interrupción". Es, ni más ni menos, un asesinato y,
si llamamos las cosas por su nombre, es un infanticidio en toda regla.
1.2. Tipos de aborto provocados
Existen diferentes formas para inducir un
aborto: El bebé puede morir por ahogamiento, succionamiento, acuchillamiento o
ser abrasado. Estamos refiriéndonos a formas de realizar un homicidio, aunque
el que va a ser asesinado no pueda hacerse oír y denunciar las intenciones de
los agresores que ponen en peligro su vida.
2. ¿Qué enseña la Biblia sobre el aborto?
Para entender lo que enseña la Biblia
sobre este tema, vamos a atender a cuatro cuestiones:
En primer lugar, nos referiremos al ser
humano, al hombre. La Biblia enseña que el hombre no es un animal. Dios
creó al hombre aparte de los animales y lo hizo virrey de Su creación. Además,
Dios hizo al hombre "a Su imagen, conforme a Su semejanza"
(Gn. 1:26, 27; Stg. 3:9). Establecido esto, a lo largo de las páginas de la
Biblia encontraremos que el valor del hombre mismo y de la vida humana. El
Señor Jesucristo enseñó que un hombre valía más que una oveja o que los
pajarillos que vemos volar por los cielos (Mr. 12:12; Mt. 10:31). Sin embargo,
bien sabemos (y no solamente por la acertada campaña que aunque haya aparecido
recientemente, muchos llevamos denunciando los hechos tiempo ha) que en
aplicación de la legislación vigente se da protección a la cría de lince
ibérico, mientras que los seres humanos se asesinan sin piedad, con el
beneplácito público, social y familiar. Algo similar sucede con algunas
especies de mono, para las que se han reclamado "derechos humanos"
(tal vez por un especial cariño de parte de los que siguen creyendo en la
mitológica teoría de la evolución, que les conduce a ver en los chimpancés una
especie de "tío-abuelo" raro), pero que no deja de ser
contradictorio… Lógicamente hablando, los derechos humanos para los
"humanos" habrán de ser. Sin embargo, se reclama su aplicación para
los seres vivos que no tienen la condición "humana" y se les niega
sistemática y continuamente a las personas. ¡Paradójico!
Además, hemos de atender al significado y
el valor de
la vida. Precisamente como el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, la vida del hombre posee gran valor. En este sentido, la Biblia nos presenta dos escenas, a las que debemos prestar la debida atención.
la vida. Precisamente como el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, la vida del hombre posee gran valor. En este sentido, la Biblia nos presenta dos escenas, a las que debemos prestar la debida atención.
La primera tiene lugar en Egipto. La
numerosa descendencia de Israel habitaba en Egipto. El faraón de turno,
temeroso de que los hijos de Israel en algún momento se uniesen a sus enemigos
y, en enfrentamiento bélico, les derrotasen, decide comenzar con un plan de
"control de la natalidad". Manda que todos los niños varones que
tuviesen los hebreos fuesen muertos nada más nacer. Si alguien se hace la
pregunta de por qué les matarían nada más nacer, tiene fácil respuesta: en
aquel tiempo no se podía saber si el bebé que había de nacer sería varón o
mujer hasta el momento del parto. El texto bíblico dice claramente que la ocasión
vendría dada "cuando veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija,
entonces viva" (Éx. 1:16). En nuestros días, si el aborto llega a ser
totalmente libre y "con plenas garantías" (con plenas garantías de
que el sentenciado a muerte no va a sobrevivir y no se va a perseguir a los
verdugos), según hemos escuchado consternados, una mujer, si tiene determinado
de qué sexo quiere tener descendencia, en el caso de saber que espera un bebé
que no coincide con su propósito, que no coincide con su caprichosa ilusión,
pues, entonces, el tal niño no merecerá vivir. ¡Qué terrible resulta pensar en
esto, pero resulta posible en nuestra sociedad!
Pero volvamos a nuestra escena bíblica.
Veamos a dos protagonistas más:
Las parteras: Las mujeres que ayudaban en el momento mismo del
alumbramiento, aunque sabían que la orden de faraón era contundente, debían
morir aquellos niños varones, ellas temieron a Dios (Éx. 1:17, 21); no temieron
la orden de faraón o las consecuencias que tendría si le desobedecían. Su temor
reverencial hacia Dios les hizo tenerle solamente Él y Su voluntad en cuenta,
de tal manera que salvaron la vida de muchos niños. Una de las causas por la
que se toma en nuestra sociedad en poco la vida humana es porque se ha perdido
el temor de Dios. Se ha querido expulsar a Dios de las instituciones, de los
centros de enseñanza, de la familia, de la vida y del pensamiento. Se escucha
con mucha facilidad a los insensatos que proclaman a voces su necedad, que se
muestra al decir: "No hay Dios" (Sal. 14:1). Precisamente si
"sus pies se apresuran para derramar sangre" (Ro. 3:15) eso constata
que "no hay temor de Dios delante de sus ojos" (Ro. 3:18).
Moisés:
Ante la arrojada actitud de las parteras (actitud digna de imitación en la
actualidad, de la que deberían hacer gala todos los facultativos, que nunca
deberían olvidar el juramento hipocrático, el compromiso de defensa de la vida,
no de provocar la muerte), faraón involucra a los egipcios en un "plan
b" destinado a continuar con el asesinato de niños. Esta nueva iniciativa
consistía en arrojarles al río. En este contexto nace Moisés, cuya vida Dios
preserva y a quien toma por hijo adoptivo la hija del faraón. Moisés era uno de
los que nació bajo sentencia de muerte, no lo olvidemos, si bien Dios obró para
que pudiese vivir.
La segunda escena la encontramos en el
Nuevo Testamento. Tiene como personaje principal a Herodes, quien mandó que se
llevase a cabo una cruel matanza de inocentes. Todos los niños menores de dos
años que estaban en Belén y sus alrededores fueron muertos. Herodes quería
matar al Rey de los judíos, que había nacido (Mt. 2:1-18) y, evidentemente, sus
esfuerzos en esa dirección habían de ser infructuosos. Sin embargo, tal cosa
era "procurar la muerte del niño" (Mt. 2:20), en este caso, del niño
Jesús. Hoy no solamente se excluye a Cristo de las vidas, sino que también se
siguen segando vidas de inocentes. Pero que no se olvide nadie de parte de
quién muestra estar quien practica, apoya o justifica un aborto… no
precisamente del lado del Señor Jesucristo.
En tercer lugar, nos referiremos al pilar
fundamental de la sociedad, la
familia. En ningún caso, los hijos no deben
mirarse como una carga. La realidad es que Dios bendice a la familia con los
hijos. Los hijos en sí mismos son una bendición, además de las alegrías que
puedan traer a sus padres.
De esta manera, la Biblia enseña en el
Salmo 127:
He
aquí, herencia de Jehová son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre.
Como saetas en mano del valiente,
Así son los hijos habidos en la juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos;
No será avergonzado
Cuando hablare con los enemigos en la puerta.
Cosa de estima el fruto del vientre.
Como saetas en mano del valiente,
Así son los hijos habidos en la juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos;
No será avergonzado
Cuando hablare con los enemigos en la puerta.
Además, en lo que respecta a la familia,
la ley del aborto, llega a socavar la autoridad de los padres en el hogar, de
tal manera que una adolescente de dieciséis años pueda, sin necesidad de
consultar siquiera con sus padres, realizar un aborto. Dios instituyó la
familia y dio autoridad a los padres. Los hijos deben obediencia, respeto y
honra a sus progenitores; deben estar sujetos a su autoridad y escuchar sus
consejos. Nadie, ni el Estado, tiene autoridad para entrometerse en la
autoridad y el gobierno de los padres sobre los hijos. No obstante, nos
formulamos la pregunta: ¿Por qué se quiere evitar que una jovencita consulte
con sus padres? Estamos pensando en una muchacha que de forma alocada ha
quedado embarazada; llena de temores y confundida, pues el chico que la
dejó en estado puede ser un completo irresponsable, un inepto
desvergonzado que no se hará cargo de la situación. La chica puede encontrar
que sus padres, aunque contrariados y apesadumbrados por su comportamiento
inmoral que ha resultado de forma natural en un embarazo, pueden tenderle los
brazos y asegurarle que, por el bien de la criatura, van a ayudarle a ser madre
y a confortarla. La chica, animada por sus padres llevaría a buen término la
gestación de la criatura que alberga en su seno. Con la nueva legislación, ya
en vigor, se alentará desde una edad muy temprana a la joven que se plantee
abortar a que no consulte con sus padres. Después del triste suceso, tras
haberse consumado la defunción del nonato, se repetirán los casos de las madres
frustradas que lleguen a exclamar entre sollozos: "¡No debí haberlo
hecho!" El sentimiento de culpabilidad y la angustia por lo sucedido,
acompaña a muchas mujeres el resto de sus vidas. No olvidemos que atentar contra la autoridad de los
padres es un atentado contra Dios mismo. Las consecuencias llegarán, más pronto
que tarde. No pensemos que plantear desafíos a Dios, el Soberano regidor del
universo haya de resultar gratuito.
Por último, hacemos notar la realidad
del juicio de Dios, el Juez de toda la tierra y quien va a juzgar al
mundo con justicia. La defensa del aborto se hace desde la premisa de que es
una decisión de la mujer embarazada y que únicamente respecta a su derecho a
decidir y a decidir sobre su vida y su cuerpo, porque el embarazo afecta a su
vida y a su cuerpo. Pero el embarazo no solamente tiene que ver con la vida y
el cuerpo de una mujer, también implica necesariamente otra vida y otro cuerpo,
a los que se niegan todo derecho: la vida y el cuerpo que se está formando
dentro del vientre embarazado.
La vida misma es un don de Dios. Él es quien creó la vida, en el principio. La vida procede del Dios viviente, aquel que tiene vida en sí mismo. En la Biblia se llama a Cristo "el Autor de la vida" (Hch. 3:15) y Él es el dador de cada vida. El Señor que posee derechos sobre la vida y la muerte de los hombres, y en este momento estamos pensando en los que aún no alcanzan los nueves meses de gestación. No es justo, en absoluto, plantear el aborto como un "derecho". Se escucha con bastante frecuencia decir que "nadie tiene derecho a quitarle la vida a otra persona", frente a la multitud de muertes violentas que tienen lugar en las calles de este mundo. Evidentemente, nadie tiene derecho a quitarle la vida a una persona que está tranquila, confiada e indefensa en el vientre de su madre, ni tan siquiera tiene "derecho", ni debería tener "licencia para matar" nadie, ni un facultativo, ni una gestante. Entenderíamos que una madre estuviese dispuesta a dar su vida por su hijo, pero no que esté pronta a quitársela. Aunque las leyes humanas hayan despenalizado el aborto o incluso pretendan defenderlo como un "derecho", no olvidemos que Dios, que no cambia, sigue siendo santo y justo. Él un día va a juzgar, según Sus parámetros a cada pecador y cada pecado. Puede ser que la justicia humana sea insuficiente y, en cuestiones como las que nos ocupa, la justicia humana sea injusta; pero en Dios no hay injusticia (Job 34:12; Nah. 1:3) y Él no hace acepción de personas (Dt. 10:17).
La vida misma es un don de Dios. Él es quien creó la vida, en el principio. La vida procede del Dios viviente, aquel que tiene vida en sí mismo. En la Biblia se llama a Cristo "el Autor de la vida" (Hch. 3:15) y Él es el dador de cada vida. El Señor que posee derechos sobre la vida y la muerte de los hombres, y en este momento estamos pensando en los que aún no alcanzan los nueves meses de gestación. No es justo, en absoluto, plantear el aborto como un "derecho". Se escucha con bastante frecuencia decir que "nadie tiene derecho a quitarle la vida a otra persona", frente a la multitud de muertes violentas que tienen lugar en las calles de este mundo. Evidentemente, nadie tiene derecho a quitarle la vida a una persona que está tranquila, confiada e indefensa en el vientre de su madre, ni tan siquiera tiene "derecho", ni debería tener "licencia para matar" nadie, ni un facultativo, ni una gestante. Entenderíamos que una madre estuviese dispuesta a dar su vida por su hijo, pero no que esté pronta a quitársela. Aunque las leyes humanas hayan despenalizado el aborto o incluso pretendan defenderlo como un "derecho", no olvidemos que Dios, que no cambia, sigue siendo santo y justo. Él un día va a juzgar, según Sus parámetros a cada pecador y cada pecado. Puede ser que la justicia humana sea insuficiente y, en cuestiones como las que nos ocupa, la justicia humana sea injusta; pero en Dios no hay injusticia (Job 34:12; Nah. 1:3) y Él no hace acepción de personas (Dt. 10:17).
3. ¿Cuál es mi actitud como cristiano?
a. Ante el aborto
Mi actitud como cristiano es de total
rechazo, rotunda repulsa y persistente denuncia de ese crimen legal llamado
"aborto". Hemos sabido que en España existen máquinas trituradoras
que destrozan los cuerpecitos sin vida de los niños asesinados. Desgarró mi
corazón ver la fotografía de una mujer colocando una pancarta, en la que se
solicitaba que, al menos, hubiese "sepultura digna", cristiana
sepultura, para los bebés abortados. ¡Qué extraño que nos creamos una sociedad
avanzada! No vamos en un camino de progreso, sino de decadencia y ruina.
En Proverbios 24:11, podemos leer:
Libra a los que son llevados a la muerte,
Salva a los que están en peligro de muerte.
No está en mi mano acceder a un quirófano
para evitar un aborto, pero sí puedo alzar mi voz y denunciar esta maldad. A
ello también exhortamos a todo el pueblo cristiano evangélico de España,
aquellos que han nacido de nuevo, que verdaderamente están "en
Cristo" (2 Co. 5:17), aunque circunstancialmente transiten por este mundo
de pecado e injustica, que alcen su voz en defensa de la vida, en defensa de la
vida de los inocentes.
b. Ante las causas del aborto
Me ha sorprendido gratamente haber podido
leer las declaraciones de una conocida cantante de fama internacional, una
joven que ha expresado estar firmemente decidida a mantener su virginidad hasta
el matrimonio. No opino en este punto sobre su música, ni sobre otros aspectos
de su vida personal, ni tan siquiera mencionaré su nombre; simplemente, indico
que esta joven ha resuelto tener una vida de pureza, preservar su castidad
hasta el momento del desposorio. Dios la bendiga en este buen propósito. Al
leer estas manifestaciones públicas, no se puede evitar reflexionar acerca de
que, frente al aborto, esa precisamente debería ser una de las respuestas que
deberían resonar alto y claro, dado que, en la gran mayoría de los casos, el
aborto surge por el desorden en el terreno de la moral. La solución no se
encuentra en el uso de métodos anticonceptivos, ni campañas de "educación
sexual", que más bien destruyen y conducen a la "depravación
sexual"; la solución está en aceptar el orden que Dios ha establecido y,
seguirlo tal como ha sido dado, lo que repercutirá significativamente en
nuestro propio beneficio. "Honroso sea en todos el matrimonio, y el
lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios"
(He. 13:4). El sexo tiene un único ámbito: dentro del matrimonio. Ni antes, ni
fuera de la unión legal y válida entre un varón y una mujer, con independencia
de que este contrato haya sido realizado ante autoridades civiles o religiosas.
El matrimonio no es un invento de las religiones, ni surgió como una moda
social: Dios creó el matrimonio, al principio de la creación (Mr. 10:6-9) y
debería producir una alegría inmensa, primero, que Dios permita que una mujer
conciba y, posteriormente, que dé a luz un hijo.
Posiblemente lea estas líneas algún alma
confundida y angustiada. Has de saber que para ti hay esperanza. En tu
desesperación y angustia, clama al Señor, al Salvador, a Jesucristo, que Él
recibe a los que se le acercan con arrepentimiento de pecados y fe en Su muerte
en la cruz, donde Él derramó Su sangre en expiación por el pecado de todos (Lc.
24:46, 47). Esto fue posible porque Dios nos ama "con amor eterno"
(Jer. 31:3). Incluso antes de que nacieras, Él ya te amaba y tenía un propósito
para tu vida.
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