A los evangélicos de habla española
REVERENDITIS
ESTUDIO DE UNA ENFERMEDAD VIEJA
Por el pastor David Orea Luna
Presidente de la Iglesia Luterana de
México
Artículo
publicado en su periódico Amanecer y reproducido en El Predicador
Evangélico, de Buenos Aires, de junio 1959
ESTUDIO DE UNA VIEJA ENFERMEDAD
Hay enfermedades comunes a ciertos oficios o
profesiones como es bien sabido a los médicos. Los mineros generalmente son
aquejados de silicosis, los plomeros (fontaneros) sufren de cólicos saturninos,
los maestros de escuela sufren enfermedades hepáticas, y así sucesivamente. Un
buen médico, puede descubrir la profesión del paciente al establecer el
diagnóstico.
Enfermedad
peculiar a los pastores o ministros evangélicos es la que ha sido llamada por
algunos autores la Reverenditis, que puede adoptar formas agudas o crónicas.
Definición
La
“Reverenditis” es una enfermedad que afecta los centros intelectuales y
espirituales de la personalidad del ministro, en la que se produce gradualmente
una hipertrofia del ego, y una sensibilidad morbosa a la adulación. Por otro
lado, a medida que se hipertrofia el ego, sobrevine una amnesia paulatina
respecto a la misión de ganar almas, y una anestesia ante las enfermedades y
problemas de la humanidad.
Gravedad
Aunque
algunos sabios dicen que esta enfermedad no es grave, ya que es simplemente
cosa de costumbre o de conducta superficial, el Médico Jesucristo descubrió que
es cosa de orgullo, y que este conduce necesariamente a la muerte.
Etiología
La Reverenditis, según estudios hechos por el Médico de los médicos,
Jesucristo, se origina en un virus terrible que es resistente a toda
terapéutica humana, y que se llama orgullo. La enfermedad estaba tan extendida
en su tiempo, que el Señor tuvo que aconsejar medidas profilácticas para evitar
su contagio. Dijo a sus discípulos: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro
Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro
a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. (Mt.23:8-10)
Cuando el Médico Jesucristo ejercía su
profesión en Judea, los fariseos y los escribas pasaban por la fase aguda de esta
patología y buscaban con anhelo ser llamados Rabíes, Maestros, Padres. El
Médico comprendió que la enfermedad era muy contagiosa por lo que aconsejó
medidas higiénicas/preventivas a sus discípulos.
Gravedad
Aunque
algunos sabios dicen que esta enfermedad no es grave, ya que es simplemente
cosa de costumbre o de conducta superficial, el Médico Jesucristo descubrió que
es cosa de orgullo, y que este conduce necesariamente a la muerte.
Transmisión
Desgraciadamente,
los discípulos del Médico Divino no pudieron preservarse del contagio, y pronto
ya, al fin del I siglo de la Iglesia, se comenzaron a manifestar los primeros
síntomas de la enfermedad. Lo interesante es observar que el contagio vino a
través de los paganos que se habían convertido al cristianismo, más que de los
judíos.
En
aquellos tiempos no se conocían recursos para evitar la propagación del mal,
por lo que ya en los primeros siglos del cristianismo era una enfermedad
endémica dentro del cristianismo y el clero comenzó a buscar títulos rimbombantes
y adoptar ciertas poses, que como se verá más adelante son síntomas de la
enfermedad que nos ocupa.
Sintomatología
La
Reverenditis es una enfermedad causada por el mismo virus que causa
entre la gente profana la llamada Titulitis.
Se inicia insidiosamente en la infancia del individuo cuando éste desea que sus
padres, hermanos y amigos le llamen de forma agradable, con los diminutivos más
tiernos, y con los epítetos más ardientes. La enfermedad tiene una
recrudescencia, cuando el muchacho en la niñez, en sus juegos, imagina que es
un gran policía, o un jefe indio, un general muy valiente o un héroe del
deporte.
En algunos individuos, estos ataques de
la enfermedad producen inmunidad para toda la vida, pero en otros predispuestos
adoptan formas malignas. El muchacho adolescente continúa en este caso buscando
los títulos. Va a las Escuelas Superiores y a la Universidad, no con el fin de
aprender u obtener recursos intelectuales para hacer bien a sus semejantes,
sino para obtener un título. Estudia, se desvela, se sacrifica, no por motivos
altruistas, sino por adquirir el codiciado título. Una de las características
de la enfermedad es que los síntomas se exacerban a medida que el individuo
llega al fin de sus estudios.
El
aquejado de esta enfermedad muestra una sed insaciable de alabanza, busca las
formas y títulos con la misma ansia que busca el agua el aquejado de la
diabetes.
Entre
los que se dedican a la vida religiosa, la enfermedad se agudiza cuando el
muchacho entra al seminario. Allí estudia con el ansia para obtener el título
de Bachiller en Teología. Durante este tiempo pierde de vista el propósito del
ministerio que es el de servir en la obra de Dios para salvar las almas.
Una
vez graduado, el seminarista aquejado de esta patología sufre una crisis, los
síntomas de la enfermedad se agravan, el graduado no ha quedado satisfecho y
busca la ordenación de la iglesia para recibir el título de “Reverendo”.
Desgraciadamente el virus de la Reverenditis
es resistente a todo recurso terapéutico humano y el “Reverendo” comienza a
manifestar otros síntomas alarmantes.
No se
conforma con que los feligreses o compañeros le llamen “Reverendo” sino que él
mismo se da ese calificativo en sus sermones o discursos.
Una
muletilla muy usada por los enfermos de este síndrome es: “Yo como Reverendo…” o “Cuando
yo estudiaba en tal lugar, antes de ser ordenado Reverendo…”
Pero la cosa no queda allí, sino que,
generalmente, el pobre enfermo, manda imprimir tarjetas de visita en las que
aparece con un tipo muy notable antes de su nombre la palabra “Revdo.”, y
después las iníciales de sus títulos académicos. Hay algunos enfermos en los
que la dolencia se hace crónica, ya que se dedican a sus actividades
ministeriales con ahínco y olvidan su enfermedad, aunque eventualmente, puede
sobrevenir algún recrudecimiento espectacular.
Sin
embargo, otras veces los aquejados de Reverenditis,
continúan padeciendo la fase aguda. Aunque ya son Reverendos y podrían
dedicarse a predicar el Evangelio para salvación de las almas perdidas, su
enfermedad les hace olvidar a los que se pierden. No les interesan los millones
que no conocen a Cristo, ni las condiciones desastrosas de la humanidad. Vagan
con la mirada fija, la gente, a veces, les oye hablar solos, pasan “los días de
claro en claro y la noche de turbio en turbio”, obsesionados con una idea,
quieren obtener otros títulos. Algunos recurren a la adulación para lograr las
becas e ir a estudiar a Universidades y Seminarios famosos.
Pareciera
que, una vez logrado su deseo de adquirir más títulos, los enfermos mejorarán,
sin embargo, no es así. Cuando regresan de estudiar, generalmente presentan un
cuadro clínico más alarmante. Si durante su estancia en el Seminario tomaba el
alimento de la Palabra de Dios, cuando ya tienen varios títulos, en vez de
alimentarse de la Biblia, se dedican a hacer análisis cualitativos y
cuantitativos de la Escritura. Examinan palabra por palabra en los originales
hebreo y griego, y descubren multitud de errores en aquel alimento. Algunos se
obsesionan tanto en el análisis del alimento escritural, que dejan en absoluto
de comer.
Pronóstico
El
pronóstico de esta dolencia es, por lo general, grave, ya que el virus no
reacciona, ni a los consejos, ni a las amonestaciones, sino que se hace sumamente
resistente tales tratamientos humanos.
En
sus primeras fases, cuando el mal principia en el Seminario, podría combatirse
por medio del ejemplo de los que allí enseñan. Sin embargo, la mayor parte de
tales enseñadores están aquejados de la misma enfermedad, [profesoritis,
doctoritis], por lo que no hay mucha posibilidad de cura.
Casos
Clínicos
El joven ministro G. R., de treinta años, enfermo de
“Reverenditis” desde la edad de veinte años mostró síntomas agudos de la
enfermedad que se exacerbó con su graduación del Seminario. El Médico Divino le
prescribió el tratamiento anterior y le hizo repetir cien veces al día, durante
un año las palabras “Lejos esté de mí
gloriarme, sino en la cruz de Cristo”. En un principio mostró resistencia
al tratamiento, no deseaba aplicarse el tratamiento prescrito; sin embargo,
después de ser tratado por Cristo, vive una existencia sana y normal, y ha
logrado notables frutos en la obra de ganar almas para Cristo.
El
ministro C. C., de cuarenta y cinco años, trabajó como laico durante diez años.
Cuando fue enviado a tomar un curso especial al Seminario, se contagió de la
“Reverenditis” en su forma más grave. Su capacidad para trabajar como
evangelizador personal disminuyó notablemente. Sus sermones se hicieron vacíos,
adoptó un continente afectado, donde quiera hablaba de sus grandes
conocimientos teológicos, manifestaba a menudo la idea de que no había otro
hombre tan cristiano y tan sabio como él.
Su enfermedad se agravó aún más, cuando fue ordenado
ministro de la iglesia. Sus antecedentes mostraban que antes de ir al Seminario
había en su trabajo pastoral un buen número de almas convertidas a Cristo.
Posteriormente no hubo ninguna. A más del tratamiento habitual, se le
prescribió un descanso. El caso fue difícil porque parece que, en los
organismos laicos, que se llegan a adquirir la enfermedad, se obra cierta
especial resistencia.
Afortunadamente
el enfermo sanó y ahora es un obrero de mucho trabajo y éxito en una
congregación rural.
Resumen
La “Reverenditis” es una enfermedad tan vieja como la
humanidad, pero que hace muchas víctimas entre los ministros de la Iglesia. Los
daños que causan, no solo al individuo, sino a la Iglesia del Señor, son
incalculables. La estadística médica dice que por causa de los ministros enfermos
de “Reverenditis” se pierden muchas almas.
Afortunadamente hay un remedio dado por el Médico Divino, que es la Palabra de Dios, que se combina con oración y el trabajo, que da resultados magníficos, arrojando un porcentaje de sanidad de un 100% de los que han sido tratados con éxito de tan terrible enfermedad.
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