¡No olvides tu Biblia!


    Después de la Reforma protestante los cristianos fueron conocidos como el "pueblo de los dos libros". El mundo que les observaba los veían dirigirse hacia los lugares de reunión y notaban que llevaban bajo el brazo un libro pequeño, el himnario, y un libro mayor, la Biblia. Hoy, tristemente, en cada vez más congregaciones llamadas evangélicas se puede observar el aumento progresivo del número de personas que acuden sin sus Biblias. ¿Es este un síntoma de la disminución del interés por Dios y Su Palabra? ¿Estamos en los tiempos en que las personas apartarían sus oídos de la verdad y preferirían escuchar historias fabulosas (2 Ti. 4:3, 4)? Esto se debe a que, tal vez, los creyentes de mayor edad los caminos del Señor no hayamos sido capaces de transmitir el amor por las Escrituras; tal vez, no hayamos insistido lo suficiente en la necesidad de "estar atentos" al Libro de Dios, como a una "antorcha que alumbra en lugar oscuro" (2 P. 1:19); tal vez, no hayamos explicado con el ardor, con el fervor que Dios demanda de nosotros que hemos de vivir aquel principio que fue valientemente defendido por los creyentes del siglo XVI: el de la "SOLA ESCRITURA" a la que no nos es dado añadir ni quitar.
    Recordamos como hace pocos años atrás no era extraño que los nacidos de nuevo tuviesen a mano la Biblia en todo momento del día, pues existía el deseo de que en cualquier ocasión el Señor abriese una puerta para la evangelización y era bueno mostrar a los oyentes que nuestra predicación se basaba en la revelación inmutable y eterna. Explicar el Plan de Dios para la Salvación y decir, "lea aquí, en este capítulo y versículo. Así dice la Palabra del Señor". El verdadero cristiano hará bien en llevar bajo el brazo el Libro Santo cuando se reúna con sus hermanos como Iglesia del Señor. El presentarse sin "la espada del Espíritu" en nuestras manos denota indiferencia hacia la Palabra de Dios; manifiesta poco aprecio hacia el texto sagrado y hacia Su Autor. No busquemos sustitutos para sostener con orgullo un ejemplar impreso de la Santa Biblia.
    Por lo tanto, bueno será que deseemos aprender de la Palabra y que esta llene nuestros corazones (Col. 3:16), que inunde nuestro ser, que sea la nutrición que alimente nuestra alma y el agua que refrigere nuestros corazones. Estudiemos la Biblia, memoricémosla, vivámosla y prediquémosla. En esta época tenemos el privilegio de poder comprar cuantas Biblias queramos y disponemos de traducciones a nuestro propio idioma; traducciones muy precisas, fieles con respecto de las lenguas originales, en particular nuestra Reina Valera, sea la Versión Antigua o la revisada en 1960. Entonces, ¿por qué dejar la Biblia en casa? ¡Llevémosla! Incluso, si fuera posible, llevemos más de una Biblia en la guantera del coche o en el bolso… para que podamos obsequiar a aquella persona que el Señor pondrá en tu camino en el cotidiano vivir. Afirmaba un corito que aprendí en la niñez: "Con la Biblia en la mano y saberla manejar". Un amado hermano, siervo del Señor, describía su forma de vida con estas palabras: "Con la Biblia en la mano y el amor de Cristo en el corazón".
    Querido hermano en Cristo… ¡no olvides tu Biblia!